Leyenda de los ríos

Imágen: El Desván del Poeta (Encontrada en Internet)
 
 
Leyenda de los ríos Mina Clavero y Panaholma. 
 
La explicación popular acerca de los ríos Mina Clavero y Panaholma es transmitida por los lugareños a sus descendientes a través del relato de una leyenda romántica, una historia de amor en la que son protagonistas los primeros habitantes de este lugar.
 
La princesa Panaholva estaba comprometida con el hijo del inca Viracocha, pero ella amaba desesperadamente a  Milac Navira. Juntos deciden escapar de Cuzco para salvaguardar su amor.
 
Emprenden la huida por separado, con el plan de reencontrarse más adelante en un lugar seguro. Pero, traicionados por quien creían su amigo, ambos quedan sumidos en la tristeza de creer muerto a su ser amado.
 
Cuando faltaba poco para llegar al sitio acordado para el encuentro, la noticia de la muerte de Milac Navira llega a oídos de Panaholva, que rompe a llorar desconsoladamente. Las lágrimas incontenibles comienzan a surcar la tierra hasta dar origen al cauce de un nuevo río que hoy lleva su nombre; sus aguas tienen la tibieza de un amor que nunca se apagó.
 
Igual suerte corre Milac Navira, quien al enterarse de la muerte de Panaholva no puede contener el llanto. Las lágrimas brotan de sus ojos con tal intensidad que al caer forman una cascada que da origen al río Mina Clavero, cuyas aguas bondadosas tienen el don de curar todos los males.
 
Guiados por la fuerza de este amor tan prohibido como inevitable ambos cauces se funden en el sitio exacto donde los enamorados habían decidido encontrarse. De la confluencia de ambos ríos nace el río Los Sauces, símbolo de la unión eterna de las almas de dos enamorados que lucharon hasta el final por mantener encendida la llama de su amor.

Extracto del texto original

El padecer de Panaholva
Grande es la pena que tal noticia produce en el corazón enomorado de Panaholva; su intuicion, le induce a su espiritu, que tenga fe en la vida; que a su Milac Navira, la huaca no le ha llegado aún. 
Como enceguecida, se incorpora y comienza a caminar... caminar hacia el sur, "Milac Navira ... Milac Navira!" exclama y continua, a veces se cae , se arrastra algunos metros, pero nada la detiene, llegar a él es su unico deseo; y el de quedarse a su lado hasta morir;
lo abrazara, unirá sus labios a los que sabe de fuego.
Sus ojos como un río de lágrimas que se van encauzado mientras camina, y al correr van sacando la tierra y dejando en el centro la arena.
Y las lágrimas ... y lágrimas de Panaholva empiezan a jugar cantarinas sobre la arena y entre las piedras, mientras se acorta la distancia hasta donde esta Milac Navira, se va completando el cause del Río Panaholma, que es de aguas que tienen la tibieza de un amor inapagable.
Sus aguas, como vertidas aún por un par de ojos, siguen corriendo como atraídas para unirse con otras aguas como se unen los seres que se aman.


El padecer de Milac Navira
Sus ojos se transformaron en dos vertientes de lágrimas, como las que suelen brotar entre las grietas, desde el interior de los peñones, donde el Cóndor se posa.
Lágrimas de pesar que al caer forman una cascada hacia la quebrada, que juguetona, busca encauzarce entre las rocas; y siguen ... siguen como si quisieran llegar a alguna parte. 
Y la cascada de sus lagrimas, de aguas bondadosas que curan los males, dan vida en cada sorbo, llega al valle, y tuerce hacia el norte.
Sus lágrimas siguen y siguen cayendo, como si fueran formando un río nuevo, el río del dolor de Milac Navira , que sintiéndose morir es llevado hacia ella y hacia ella va; sin saberlo, pero va 
Bendición de los cielos! El ruiseñor canta y la claridad de la aurora refleja el porte esbelto de la princesa Panaholva.
Y de pronto, se paraliza Milac Navira, sin animarse a creer la verdad de la imágen que tan inesperadamente ve; porque duda de sus ojos agotados ya de tanto verter lágrimas 
Y como en un nido concavo, en rocas y Barrancas calado, nido de amor y en sueño, se produce el encuentro de Milac Navira y Panaholva.
 
Por Horacio Gutierrez Soto (El Inca HoGuSo) en La Divina Epopeya y José de América, 1964.